miércoles, 22 de mayo de 2013

La Semilla del Dolor de una Nación


El Holocausto Judío


No puede hallarse en la Historia otro crimen tan atroz ni tan fríamente calculado como el que aniquiló a millones de seres humanos en los campos de concentración nazis. Hitler fue el origen de este furioso torbellino de la muerte. Pero Hitler no estaba solo. Cuando llegaron los soldados del Ejército Rojo, los primeros que iban a liberar un campo de exterminio nazi, sólo trescientos ochenta y cinco de los 120.000 prisioneros que habían pasado por Stutthof lograron franquear las puertas del campo y respirar de nuevo la libertad. Allí estaban los supervivientes del horror nazi, que vagaban moribundos, casi desnudos, por la amplia plaza del campo mientras el termómetro marcaba -30 C; y, finalmente, allí estaba el horno crematorio, con su erguida chimenea aún humeante, donde las SS habían intentado borrar todo rastro de su barbarie, pero sin conseguirlo, porque los 85.000 cadáveres que pretendían hacer desaparecer en el momento de la liberación del campo eran demasiados para la capacidad del horno. En el mes de abril, tras la llegada de los blindados americanos al campo de Buchenwald, cerca de Weimar, el general Eisenhower comprobó con sus propios ojos hasta dónde fueron capaces de llegar los nazis en su desprecio por la vida de los seres humanos. La historia de los campos de concentración nazi comienza poco después de que Hitler fuera nombrado canciller del Reich el 31 de enero de 1933; su existencia obedece al propósito de eliminar a la oposición política. Al principio, Hitler introdujo la "Schutzhaft" (custodia preventiva) como excusa para encerrar en los campos elementos no gratos para el régimen.

En marzo de 1933, con motivo de la puesta en servicio de los primeros campos -Oranienburg y Dachau-, Hitler definió así la función de estos establecimientos: «La brutalidad inspira respeto. . No quiero que los campos de concentración se conviertan en pensiones familiares. Los descontentos y los desobedientes se lo pensarán dos veces antes de enfrentarse con nosotros, cuando sepan lo que les espera en los campos de concentración. Agrediremos a nuestros adversarios con brutal ferocidad y no dudaremos en doblegarlos a los intereses de la nación mediante los campos de concentración. En un principio, los campos se hallaban bajo el control de la SA («Sturm Abteilung», sección de asalto), tropas de choque que acabaron por ser anuladas después de un sangriento ajuste de cuentas con las SS durante la célebre «Noche de los cuchillos largos», el 30 de junio de 1934. La SA fue, por tanto, la encargada de instaurar el terror mediante asesinatos masivos en los primeros campos de concentración. El comandante de Dachau, Theodor Eicke, redactó de forma escrupulosa un reglamento cuya letra y espíritu legitimaban estos asesinatos. Tras la desaparición de la SA, Hitler asignó a las SS («Schutz-Staffeln», escuadras de protección) el control de los campos y Heinrich Himmler se encargó de organizarlas. Con tal fin creó unos destacamentos destinados al servicio de custodia de los campos, las «Totenkopfverbánde» (formaciones de la calavera), reclutadas entre los nazis más fanáticos.



Las primeras remesas de prisioneros llegadas a los campos fueron obligadas a trabajar bajo una disciplina durísima y en unas condiciones inhumanas para levantar y ampliar los establecimientos. Aquéllos que no eran capaces de soportarlo morían sin remedio o eran fusilados; sin embargo, en ningún caso se revelaba la verdad sobre los fallecidos.Bajo la directa supervisión de Himmler, los campos se multiplicaron. Después de Dachau, Sachsenhausen, Buchenwald, Ravensbruck(campo para mujeres),Stutthof, Auschwitz, Neuengamm. Estos grandes campos tenían otros anexos menores llamado: Kommandos exteriores.

Antes de 1939, el número de prisioneros internados en campos de concentración era relativamente bajo, sobre todo si se tienen en cuenta las cifras del período de guerra. No obstante, esta situación cambió de modo radical tras las redadas de judíos llevadas a cabo por los nazis durante la tristemente célebre «Noche de cristal» (9-10 de noviembre de 1938), y después de la anexión de Austria, que significó la entrega de aquel país a manos de la Gestapo y de las SS. Hitler había prohibido el empleo de prisioneros en la fabricación de armamento, pero a partir de septiembre de 1942 se hizo imprescindible aumentar la producción bélica. Con este objetivo se llegó a un acuerdo según el cual los prisioneros trabajarían en las industrias privadas encargadas de abastecer al ejército, a cambio de dinero y de un porcentaje de la producción para reequipar a las SS.Pero las infrahumanas condiciones de trabajo y la pésima alimentación hicieron aumentar de manera alarmante la mortalidad en los campos. Al recibir un informe en el que se le comunicaba que de los 136.700 deportados que habían ingresado en los campos entre junio y noviembre de 1942 sólo habían sobrevivido 23.502, Himmler montó en cólera. A medida que los ejércitos aliados avanzaban, la situación en los campos alcanzaba las metas que se habían propuesto sus funestos artífices. Como ha dicho el psicólogo Bruno Bettelheim, superviviente de Dachau y Buchenwald, por medio de los campos de concentración la Gestapo pretendía «Acabar con los prisioneros como individuos, extender el terror entre el resto de la población, proporcionar a los individuos de la Gestapo un campo de entrenamiento en el que se les enseñaba a prescindir de todas las emociones y actitudes humanas, proporcionar, en fin, a la Gestapo, un laboratorio experimental para el estudio de medios eficaces para quebrantar la resistencia civil.»















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