El Holocausto Judío
No puede hallarse en la Historia otro crimen tan atroz ni
tan fríamente calculado como el que aniquiló a millones de seres humanos en los
campos de concentración nazis. Hitler fue el origen de este furioso torbellino
de la muerte. Pero Hitler no estaba solo. Cuando llegaron los soldados del
Ejército Rojo, los primeros que iban a liberar un campo de exterminio nazi,
sólo trescientos ochenta y cinco de los 120.000 prisioneros que habían pasado
por Stutthof lograron franquear las puertas del campo y respirar de nuevo la
libertad. Allí estaban los supervivientes del horror nazi, que vagaban
moribundos, casi desnudos, por la amplia plaza del campo mientras el termómetro
marcaba -30 C; y, finalmente, allí estaba el horno crematorio, con su erguida
chimenea aún humeante, donde las SS habían intentado borrar todo rastro de su
barbarie, pero sin conseguirlo, porque los 85.000 cadáveres que pretendían
hacer desaparecer en el momento de la liberación del campo eran demasiados para
la capacidad del horno. En el mes de abril, tras la llegada de los blindados
americanos al campo de Buchenwald, cerca de Weimar, el general Eisenhower
comprobó con sus propios ojos hasta dónde fueron capaces de llegar los nazis en
su desprecio por la vida de los seres humanos. La historia de los campos de
concentración nazi comienza poco después de que Hitler fuera nombrado canciller
del Reich el 31 de enero de 1933; su existencia obedece al propósito de
eliminar a la oposición política. Al principio, Hitler introdujo la "Schutzhaft"
(custodia preventiva) como excusa para encerrar en los campos elementos no
gratos para el régimen.
En marzo de 1933, con motivo de la puesta en servicio de los
primeros campos -Oranienburg y Dachau-, Hitler definió así la función de estos
establecimientos: «La brutalidad inspira respeto. . No quiero que los campos de
concentración se conviertan en pensiones familiares. Los descontentos y los
desobedientes se lo pensarán dos veces antes de enfrentarse con nosotros,
cuando sepan lo que les espera en los campos de concentración. Agrediremos a
nuestros adversarios con brutal ferocidad y no dudaremos en doblegarlos a los
intereses de la nación mediante los campos de concentración. En un principio,
los campos se hallaban bajo el control de la SA («Sturm Abteilung», sección de
asalto), tropas de choque que acabaron por ser anuladas después de un
sangriento ajuste de cuentas con las SS durante la célebre «Noche de los
cuchillos largos», el 30 de junio de 1934. La SA fue, por tanto, la encargada
de instaurar el terror mediante asesinatos masivos en los primeros campos de
concentración. El comandante de Dachau, Theodor Eicke, redactó de forma
escrupulosa un reglamento cuya letra y espíritu legitimaban estos asesinatos. Tras
la desaparición de la SA, Hitler asignó a las SS («Schutz-Staffeln», escuadras
de protección) el control de los campos y Heinrich Himmler se encargó de
organizarlas. Con tal fin creó unos destacamentos destinados al servicio de
custodia de los campos, las «Totenkopfverbánde» (formaciones de la calavera),
reclutadas entre los nazis más fanáticos.
Las primeras remesas de prisioneros llegadas a los campos
fueron obligadas a trabajar bajo una disciplina durísima y en unas condiciones
inhumanas para levantar y ampliar los establecimientos. Aquéllos que no eran
capaces de soportarlo morían sin remedio o eran fusilados; sin embargo, en
ningún caso se revelaba la verdad sobre los fallecidos.Bajo la directa
supervisión de Himmler, los campos se multiplicaron. Después de Dachau,
Sachsenhausen, Buchenwald, Ravensbruck(campo para mujeres),Stutthof, Auschwitz,
Neuengamm. Estos grandes campos tenían otros anexos menores llamado: Kommandos
exteriores.
Antes de 1939, el número de prisioneros internados en campos
de concentración era relativamente bajo, sobre todo si se tienen en cuenta las
cifras del período de guerra. No obstante, esta situación cambió de modo
radical tras las redadas de judíos llevadas a cabo por los nazis durante la
tristemente célebre «Noche de cristal» (9-10 de noviembre de 1938), y después
de la anexión de Austria, que significó la entrega de aquel país a manos de la
Gestapo y de las SS. Hitler había prohibido el empleo de prisioneros en la
fabricación de armamento, pero a partir de septiembre de 1942 se hizo
imprescindible aumentar la producción bélica. Con este objetivo se llegó a un
acuerdo según el cual los prisioneros trabajarían en las industrias privadas
encargadas de abastecer al ejército, a cambio de dinero y de un porcentaje de
la producción para reequipar a las SS.Pero las infrahumanas condiciones de
trabajo y la pésima alimentación hicieron aumentar de manera alarmante la
mortalidad en los campos. Al recibir un informe en el que se le comunicaba que
de los 136.700 deportados que habían ingresado en los campos entre junio y
noviembre de 1942 sólo habían sobrevivido 23.502, Himmler montó en cólera. A
medida que los ejércitos aliados avanzaban, la situación en los campos
alcanzaba las metas que se habían propuesto sus funestos artífices. Como ha
dicho el psicólogo Bruno Bettelheim, superviviente de Dachau y Buchenwald, por
medio de los campos de concentración la Gestapo pretendía «Acabar con los
prisioneros como individuos, extender el terror entre el resto de la población,
proporcionar a los individuos de la Gestapo un campo de entrenamiento en el que
se les enseñaba a prescindir de todas las emociones y actitudes humanas,
proporcionar, en fin, a la Gestapo, un laboratorio experimental para el estudio
de medios eficaces para quebrantar la resistencia civil.»
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